martes, 20 de agosto de 2013

CICATRICES DE MI ÚTERO

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Tania, una compañera, comparte su historia sobre la violencia médica que sufrimos las mujeres a manos de ginecólogxs. La falta de control sobre nuestros cuerpos y el abuso de intervenciones y medicación, hacen de su tratamiento paternalista una situación de abuso y maltrato. No somos úteros perfectos, tenemos cicatrices de nuestro paso por el mundo y queremos denunciarlas. 

Tengo 32 años, la primera vez que fui al ginecólogo tenía 21, fui sola al mismo médico que atendió a mi madre cuando me dio a luz a mí. Quería que me diese la píldora, porque había “estrenado” novio y los condones parecían ser un problema para él y su pequeña. Asumí la responsabilidad de hormonarme (que por entonces no comprendía) para mejorar el tema.

Me recibió la enfermera y amablemente me dejó en la sala de espera. Aquella sala estaba plagada de imágenes de maternidades, neonatos, etc. No tenía que ver mucho conmigo y mis 21, así que ojeé las revistas del corazón y de decoración del hogar que rebosaban el revistero.

Llegó mi turno, entré en la oficina del doctor y me hizo una serie de preguntas sobre mi vida sexual, mi menstruación y el motivo de mi consulta. Finalmente me hizo pasar a la sala donde me esperaba el aparato-camilla, la enfermera me dijo que me desnudara completamente y que me pusiese una bata y unas fundas en los pies. Como una astronauta medio en pelotas me subí a la silla y coloqué las piernas en los soportes. Apareció el doctor, aquel hombre de la edad de mi padre se sentó en un taburete con la cabeza entre mis piernas y la enfermera a su lado. Hurgaron durante un rato en mi cuerpo y me dijeron que me vistiese.

Volví a la oficina de aquel hombre. Me dijo que había un problema, había varios bultos en mi útero que podían ser tumores benignos, tumores malignos o un embarazo extrauterino. Iban a operarme, pero antes debería ponerme una inyección que evitaría mi menstruación durante los tres meses previos a la operación. Me dijo que sería una pequeña menopausia para evitar que me desangrase en la operación, si perdía demasiada sangre deberían vaciarme.

Después pagué las 12.000 pesetas de la consulta y la citología y me metí en el ascensor.

Al salir del portal me senté a fumar uno de aquellos primeros cigarros y lloré en la estación de autobuses de enfrente, viendo cómo de repente el mundo se me caía encima y entendí que aquello de tener hijos quizá no sería una opción para mí… jamás había pensado nada sobre el tema que acababa de explotarme en la cara.

Pasé por una miomectomía en la que se me extirparon 7 miomas, nada malo por lo que decían. Aquella mini-menopausia había sido un infierno de 3 meses de subidones de calor, rubores incomprensibles y mala hostia. Mi útero había quedado lleno de costuras, pero me prometieron que la cicatriz de fuera no se vería con el biquini.

Me dieron la píldora, que podía contribuir a que no saliesen más miomas. Al año siguiente volvía a tenerlos. Durante estos años he pasado por otros 6 o 7 médicos (privados, he comprobado que los de la SS me meterían en el quirófano de cabeza), y he escuchado cosas como “sería prácticamente imposible gestar un feto en un útero que es como un saco de patatas” (esto me lo dijo una sensible ginecóloga, en la que había puesto la esperanza de encontrar algo más de empatía). Los miomas siguieron plagando mi útero hasta dejarlo como un racimo de uvas (otra de las metáforas médicas), asique los médicos empezaron a insinuarme la histerectomía.

Finalmente, di con un doctor especializado en el tema que me dijo que nunca podrían saber la capacidad de mi útero sin antes haber intentado un embarazo, por lo que la opción de la histerectomía que me habían ofrecido los últimos 3 ginecólogos quedaba descartada. Eso sí, insistió en que debería ir pensando en quedarme embarazada cuanto antes…

Mi vida no estaba preparada para esa opción tampoco, es más, de haberme quedado embarazada en ese momento (cosa que evitaba con anticonceptivos de barrera) creo que habría abortado.

En este momento, con 32 años y un útero del tamaño de un coco de los grandes, sigo teniendo presente la opción de la histerectomía (cualquier ginecólogo de la SS me lo “ofrece”), pero también la de intentar un embarazo (muy difícil) con la persona indicada o yo sola. Por otra parte, en este país la maternidad subrogada es un delito para las que no tenemos una cuenta en el banco de más de 4 o 5 cifras. La adopción es prohibitiva para una cuenta corriente como la mía y gracias a los cambios recientes en las leyes del estado español, la SS no financia mi inseminación artificial.

Por otra parte, soy feminista y estoy un poco cansada de ver cómo muchas de mis compañeras adoptan la imagen de un útero perfecto y sus ovarios como símbolo, (que sí, que lo entiendo y sé que por suerte mi caso no es el habitual). Pero independientemente de su útero, de sus pechos o incluso de sus cromosomas, una mujer tiene derecho a sentirse parte de su propia lucha y que ésta no lleve la imagen de un órgano por bandera. Mi cerebro se alberga en mi cráneo, no en mi entrepierna ni en mi pelvis.

Durante esta década de consejos sobre qué hacer con mi cuerpo y comparaciones y metáforas más o menos creativas, he entendido que ser una paciente en una consulta ginecológica implica en muchísimas ocasiones ser infantilizada, tomada por ignorante, por lectora de revistas del corazón e interiorismo, compadecida o incluso humillada. Cosa que se extiende a otros muchos ámbitos.

Comparto esto con vosotras porque creo que esta lucha que sigo librando es parte de la lucha feminista y hay muchas mujeres que como yo, se han sentido olvidadas en algún momento.

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